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miércoles, 20 de noviembre de 2013
sábado, 2 de noviembre de 2013
Frankenstein
Frankenstein
O el moderno Prometeo
Mary Shelley
Frankenstein en Remando al viento - Gonzalo Suárez El troblogdita - el fancine |
Robert Walton permanecía en contacto con la sociedad a través de las cartas escritas para su hermana. Unas veces podía enviarlas, otras las guardaba para mejor momento cuando pusiera pie en tierra firme y encontrara un servicio postal.
En cualquier caso, estas cartas le servían a modo de diario, algo que le hiciera sentirse vivo mientras su barco estaba estancado en el hielo polar, mientras pasaban los días en el calendario y no podía escribir ninguna novedad en el cuaderno de bitácora. Sin novedades y exasperado, hasta que irrumpe una persona en su vida, un tal Víctor, Víctor Frankenstein.
A partir del rescate de esta persona se estrechará un círculo de amistad de supervivencia. Robert intentando recuperar la salud de Víctor, maltrecho y a las puertas de la muerte. Víctor queriendo comunicar, si no confesar, la causa de encontrarse en tan inhóspito lugar: destruir a su creación.
Robert pasa horas enteras en la cabecera de la cama de Víctor atendiéndole y escuchando la historia que éste tiene que contarle, no dando crédito a lo que escucha, pero plasmándolo en sus cartas para su hermana, cartas que constituirán el verdadero marco narrativo de la novela: Frankenstein.
Pues esa es la historia que sus incrédulos oídos tendrán que escuchar, y que nosotros leeremos. La de cómo el ser humano intercambia su papel con Dios por un día, dotándose del poder de dar la vida a un cuerpo inerte. Ser creador y prescindir de argumentos morales y/o religiosos, saltarse cualquier lógica científica, aplicando la propia ciencia de Galvani, quien desarrollara la teoría del Galvanismo, deseoso de devolver la vida o el movimiento a cuerpos sin vida o paralizados, a través de la electricidad.
Si a estas teorías científicas, propias del XVIII y principios del XIX, le sumamos la imaginación portentosa de un autor… Siempre que se disponga del talento, claro está, nos encontraremos con la fantástica obra a la que hoy me refiero como parto natural de la imaginación de Mary Shelley.
Imaginación “galvanizada” por otro autor, no menos portentoso, romántico por antonomasia y hasta la muerte, Lord Byron. Y para mejor entender el texto, empezaré por el contexto:
Los Shelley, Percy (poeta) y Mary pasarán una temporada en la casa de Byron, en Villa Dorati, Suiza, en donde reside Byron, apartado de Inglaterra, en compañía de su médico personal, Polidori. En este “contexto” de portentos literarios se fraguará un reto del propio Byron: escribir una novela de miedo, mejor dicho, de terror.
Este reto, aderezado con unas cuantas pesadillas de Mary, daría como resultado la obra de Frankenstein, que con el tiempo llegó a publicarse y no ha dejado de leerse hasta nuestros días. Ha "sufrido" adaptaciones cinematográficas, y todavía dudo que ninguna haga justicia al texto, salvo Remando al viento, de Gonzalo Suárez, quien plasmará como nadie la vida de los Shelley y la aparición del monstruo en la vida de Mary.
Y es que al acabar el viaje ya se estaba gestando la obra en su subconsciente. Un monstruo que no sería tal, sino la abominación del hombre creyéndose Dios. Un hombre que transgrede las normas de la naturaleza, aparta la mirada recta de la moral y se ciega en su propia vanidad, sobrestimando sus posibilidades y borrando cualquier barrera que ciencia o moral pudiera constreñir su intelecto.
Así pues, retomando el texto, Víctor irá narrando, conforme sus fuerzas se lo permitan, toda su aventura. Desde que concibiera la idea, hasta acabar postrado a las puertas de una muerte incierta en un barco atrapado por el hielo.
Sus anhelos científicos, su ansia por dar vida, el reto que le supone y los sacrificios que hará por el camino, todo con tal de lograr su objetivo, crear un ser con vida propia con sus manos.
Y lo creará, enfermedades al margen, epidemias que lo rodean en la ciudad de Ingoldstadt, donde estudia a la par que experimenta a escondidas… Aquí nacerá el monstruo de Frankenstein. Pero no nos engañemos. Dicho monstruo no será la criatura a la que da vida, el verdadero monstruo es el propio Víctor, él sería el único merecedor de dicho epíteto, por su vacío moral, por su soberbia intelectual, por su falta de escrúpulos y su carencia de sentimientos al sacrificar a cuantos le rodean apartándolos de su entorno con tal de no distraer su labor. El otro, la criatura, el comúnmente conocido como tal, como monstruo, no será más que un aborto con aliento, un aborto que nace crecido y con fecha de caducidad, un aborto que se sostiene en pie y no entiende nada de lo que sucede a su alrededor.
Por lo tanto, sin querer disculpar a la criatura, sí me permito ponerme en su pellejo, hacer un acto de empatía, y lamento tan triste existencia al ser dotado de una vida para que después, tu propio creador, te la quiera arrebatar. Un ser sin nombre, sin alma, sin corazón, sin sentimientos, que pese a sus torpezas y crímenes, nos demostrará página a página, capítulo a capítulo, tener mucho más de estas cosas que su propio hacedor: Victor.
El crimen no tiene justificación alguna, es más, soy de la opinión de quien la hace la paga. Pero reflexionemos un momento sobre el caso del mal llamado “monstruo” Frankenstein:
Un ser creado por la voluntad, si no capricho de Víctor, quien se arrepiente, avergüenza y asusta al descubrir realmente lo que ha hecho. Un ser que ya crecido, desde el momento en que abre los ojos, ha de procesar todo lo que un ser humano procesa desde que nace, distinguir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, lo correcto y lo incorrecto. Un ser que no entiende el amor, como tampoco entiende el odio, es más, cada vez que empiecen a aflorar algunos sentimientos en su “persona” no sabrá ni distinguirlos. Pero lo que no entiende, desde su primer hálito es aquello que la humanidad le regalará desde su principio: rechazo. Un rechazo que no hará sino alimentar la incomprensión de la criatura y que guiará en buena medida su modo de interactuar con aquellos que se cruzan en su camino.
La referencia al “moderno Prometeo” hace alusión al robo del fuego de los dioses, que Prometeo, amigo de los humaos y titán, entrega a los humanos, resultando castigado… Orientación clásica que se permite Mary Shelley para anticiparnos el carácter dramático de su obra.
Y todo esto será lo que el incrédulo Robert Walton irá escuchando y transcribiendo en su correspondencia con su hermana, regalándonos (Mary Shelley) su maestría al dar cuerpo a su novela inmortal con un formato epistolar.
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