Sinfonía en Rojo MayorJosep LandowskyEditorial ERSA
Sinfonía en Rojo Mayor - Josep Landowsky - el troblogdita - ÁlvaroGP - Álvaro García |
Unión Soviética, 1936.
No había mayor terror que recibir una visita del NKVD de madrugada. Entraban en el piso del desafortunado, piso que no le pertenecía, pues era propiedad del Estado, piso en el que te podían estar mirando a través de una mirilla oculta, piso cuyo portero del edificio era un comisario político que espiaba a los vecinos, y piso que habitualmente se compartía alquilando habitaciones a terceras personas para poderse uno costear una libra de tocino para alimentar a toda la familia durante una semana.
Y llamaron a la puerta de Josep Landowsky, aún peor: entraron en su casa.
Decir que la presente obra no se trata de una novela, tampoco es un libro de Historia, (aunque lo es), este libro es la recopilación fortuita de las memorias del propio Landowsky, hijo de un polaco que se trasladó a la Rusia imperial, militar de profesión, Coronel del Ejército Imperial Ruso, quien bien agradecido por sus servicios murió a manos de los bolcheviques en la Revolución del 17.
Pero sus males no empezaron con la entrada del NKVD en su domicilio, esto sería la puntilla, el remate a una biografía trágica que se truncó con la llegada del comunismo. Landowsky, hablaba ruso, polaco y francés, doctorado en Rusia y alumno de la Sorbona de París, especialista en drogas con fines terapéuticos, eminencia donde las hubiera en sus días. Sin embargo, sus antecedentes familiares, su anticomunismo y su cristianismo le valieron el ostracismo profesional, viéndose desposeído de su segundo bien mas preciado: su vocación. Condenado a sobrevivir, a mal vestir, a hundirse en la miseria, a rezar a escondidas, a no poder explicar todas estas cosas a sus hijos, por miedo a que estos lo denunciaran en la escuela, para hacer méritos en el Partido Comunista, (que estimulaba a los niños a denunciar a sus padres) a mal comer, a vivir una vida gris y miserable… Lo mismo que todos los ciudadanos soviéticos que vivieron, convivieron y mal vivieron en la Unión Soviética.
Siempre que pudo investigó, gracias a los favores de un colega, que lo apreciaba y valoraba, y llegó a publicar, pero eso sí, nunca con su nombre, nunca defendió una tesis suya, nunca. Sus artículos e investigaciones pasaban a formar parte del expediente y curriculum del colega y amigo, quien a cambio lo contrató en su laboratorio, como auxiliar, y siempre que pudo, le dejó experimentar a hurtadillas. Parecerá poco lo que hacía su amigo por él a cambio del esfuerzo de Landowsky, pero hemos de comprender que por permitirle experimentar se jugaba el pescuezo, un billete de ida para hacer turismo forzado en Siberia, de mano de la Cheka, (policía secreta: en la España republicana se usó este nombre para designar a “comisarías” destinadas a la tortura policial y política).
Su pasión por el ser humano, su devoción por la máxima creación de Dios, así como la curiosidad por la medicina, hicieron de él un profesional devoto de la medicina, un estudioso de la ciencia para aplicarla siempre como último y único fin al bien para el ser humano.
Recapitulando, para centrarnos en el personaje (y la obra que os presento). Por orden de importancia en su escala de valores, diré que hablo de un católico profeso, marido y padre de familia, hijo de militar de la antigua escuela, fiel a Rusia, la madre Patria, enemigo del comunismo y amante de la humanidad.
Pues bien.
De la noche a la mañana, el NKVD entrará en su casa, lo secuestrarán, se lo llevarán a la sede central y le harán una oferta que no podrá rechazar: trabajar para la causa comunista, servir a Stalin, cuyo ateísmo evitó encumbrarse como Dios encarnado, pero un semidios al fin y al cabo, por lo menos en la dictadura del proletariado, cuya primera víctima fue el propio proletario, y como a Stalin sólo lo veían unos pocos, su labor sería trabajar para Yagoda, Comisario del Pueblo para Asuntos Internos, (para hacernos una idea: Rubalcaba pero con menos jeta, no mentía pues no lo necesitaba).
Y es que el NKVD no pasaba nada por alto. Sabían de la valía de Landowsky, y poco tardaron en enterarse del trabajo en el laboratorio y su avanzado estudio sobre las drogas como anestesias y placebos para ayudar a los enfermos con dolores, paliándolos.
El matiz hiriente es que a él lo “contratan” con el objeto de seguir experimentando (con humanos) para encontrar fármacos y drogas capaces de mantener despiertas a las personas que están siendo torturadas. Prolongar su agonía recuperándolos de sus desmayos para alargar las torturas durante días.
De ahí su fractura moral, su desencanto consigo mismo y su vergüenza autocalificándose como despojo humano.
Nos explica el propio Landowsky (las memorias las dirige a su hijo) que aceptó su cometido por varios motivos que detallo:
1º.- Era católico. Su primer impulso le invitaba al suicidio, pero eso era contrario a su fe.
2º.- Era cobarde, por lo que no se atrevía a negarse.
3º.- Si se negaba lo mataban.
4º.- Si lo mataban hacían lo propio con toda su familia, a la que tenían “de vacaciones” en Crimea.
Su manera de narrar, (no era escritor) es sorprendente. Cómo escribe su diario y describe sus vivencias. Hay un detalle que me llamó la atención. Él dice que lo que está viviendo es digno de una novela policíaca occidental, pero acto seguido declara a las bravas que ningún escritor occidental sería capaz de narrar en primera persona las vivencias que él estaba viviendo, mucho menos (impregnado del lenguaje bolchevique), para la moral "burguesa", autoinculparse por sus delitos. Y es que en su cobardía, y en su miedo, Landowsky nos cuenta cómo participó en secuestros, (como el suyo), en extorsiones, en torturas…
En esta obra veremos muchos de los frentes en acción por aquellos días. Veremos cómo eran considerados los comisarios políticos comunistas españoles en los primeros días de nuestra guerra. Cómo despreciaba Stalin la idea de tener un estado soviético en la Península Ibérica, salvo que se hubiera erradicado el capitalismo entre una y otra nación, (el nazismo y el fascismo eran, según Stalin, la otra cara del capitalismo: la agresiva), veremos cómo había guerras intestinas en la URSS, trotskistas, estalinistas… Y veremos el verdadero enemigo, o el mal encarnado, según la percepción del mundo de Stalin: la banca.
Guerras intestinas que enfrentan las diferentes corrientes comunistas, verdadera trama del libro, unas más aperturistas, (mejor decir: imperialistas, troskistas), otras que reflejaban el nacional-comunismo (el propio Stalin y sus seguidores).
La banca, la masonería, los judíos, verdaderas claves para entender lo sucedido a la hora de derrocar al antiguo régimen e instaurar el comunismo en Rusia. Cómo se sintieron traicionados estos, así como los trotskistas…
No profundizaré en estos campos, no es la hora, el sitio tal vez, pero no la hora. Me ceñiré pues para terminar en lo desgarrador de la obra, sirva un ejemplo. Nunca antes había sentido repulsión por una lectura, confieso que al adentrarme en los capítulos 29, 30 y 31 sentí la necesidad de tirar el libro en la mesa y abandonarlo. Sentimiento sólo superado por el síndrome de abstinencia que me provocaba hasta que retomaba su lectura ávido de saber cómo terminaban las atrocidades que estaba leyendo. Esto sólo lo ha conseguido Landowsky en sus memorias (póstumas). Obra que se ganó la persecución dentro de la URSS para acallar a quienes lo publicaron y velar lo que manifestaba el texto.
Pero si he de quedarme con algo, destacar una sola cosa, desgarradora y triste. Josep Landowsky deja bien claro, pues lo reitera en diferentes ocasiones, que no comparte su actitud, no se siente reflejado en sus actos, no siente humanidad en sus venas, pues se la han arrebatado por completo, no se siente orgulloso pues se desprecia en lo mas profundo de su ser, no se acepta a si mismo, no acepta su postura cobarde al participar en la tortura de terceras personas para evitar que lo torturen a él, no disfruta prolongando las agonías de sus semejantes. Pero una cosa si acepta, sin cortapisas, él sabe que lo hace todo por miedo, pero así con todo, él se sabe culpable por sus actos, y sabe que sería culpable a los ojos de sus semejantes y a los ojos de Dios.
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