Debemos el descubrimiento del café, (según la sabiduría popular), a un rebaño de cabras que pacían en Etiopía comiendo bayas. Unas bayas que a la postre resultaron vigorizantes y excitantes, hasta el punto de asustar al pastor quien acudió al dueño del rebaño para alertarle sobre el comportamiento de las cabras.
Anécdotas sobre el café - Café en cafetera italiana - el troblogdita - el gastrónomo - ÁlvaroGP |
El dueño, un religioso (quizás musulmán), investigó la procedencia del comportamiento, y tras descartar varias alternativas, dedujo que el comportamiento de las cabras provenía de su alimento.
Recogió pues unas cuantas de estas bayas, las comió crudas y en infusión, las machacó y las tostó, esto último por error, al darlas por imposible y tirarlas a las brasas del hogar. Y fue precisamente al tostarlas, que el religioso quedó maravillado por el aroma. Primero tostarla y después hacerla en infusión le tomaría unas cuantas probaturas, hasta que lo hiciera y cayera rendido a sus bondades. Esa misma noche descubriría que al igual que las cabras, mientras al resto de sus compañeros les vencía el sueño en los oficios nocturnos, él sentía un vigor inusitado, deduciendo que era fruto de la baya e imaginando el rendimiento maravilloso que podría dar dicho alimento para su comunidad religiosa.
De Etiopía pasaría a Turquía y la ruta de las especias haría el resto, yendo hasta oriente por la Ruta de la Seda y entrando en Europa por Venecia.
El café también tiene anécdotas curiosas. En la época de la guerra civil española se usó la palabra "café", o mejor dicho "C.A.F.E." entre falangistas, sirviendo en algunos casos para identificarse entre ellos cuando se encontraban en territorio republicano. Si en una cafetería, al grito de "¡CAFÉ!" había una respuesta igual: "¡CAFÉ!", habría miradas de complicidad al saberse partidarios de una misma causa. No obstante el acrónimo: C.A.F.E. significaba "Camaradas Arriba Falange Española".
Como todo en esta vida, el café gozó de amigos y de enemigos. El caso más hilarante fue el de un científico californiano, que aseguraba que té y café, ambos por excitantes, eran venenos a corto plazo para el organismo. Para demostrar su acierto en la suposición, pidió dos muchachos, "conejillos de indias", para experimentar con humanos. Ante el fatal final que le esperaba a los dos conejillos, se eligieron dos condenados a muerte que fueron retirados del corredor de la muerte para someterlos al experimento. El uno debería tomar tres tazas de café diarias hasta la muerte, el otro lo mismo, pero de té.
Efectivamente, ambas bebidas resultaron fatales muriendo el primero a los 80 años y el segundo a los 79.
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