Tenía muchas ganas de escribir sobre Julio César, uno de mis personajes favoritos en la Historia. Desde que publiqué mi artículo sobre Astérix el galo. Y por fin, hoy, he reunido las fuerzas suficientes para intentar sintetizar en un artículo la biografía del gran Julio, aunque, como veréis, me centro en el tramo final de su vida, a partir de la guerra civil.
Contexto histórico de Julio César
Antecedentes: desintegración del Triunvirato: Julio César, Craso y Pompeyo
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Los optimates quisieron arrebatar los poderes sobre la Galia a Julio César, cosa que le puso en guardia sobre la lealtad de Pompeyo (su propio yerno) y la necesidad de impedir que Cicerón lo atrajera hacia el Partido Senatorial. La solución "salomónica" que fraguó Julio César fue el reparto de las provincias más importantes de Roma durante cinco años: la Galia para el propio Julio César, Pompeyo recibiría a Hispania y a Craso le tocaría Siria.
La ambición (desmedida) de poder de Craso le llevó a arrasar su provincia: Siria, enfrentándose a los partos a quienes frenó en su impetuosa expansión. Los partos eran un pueblo guerrero y peligroso y eran la llave para llegar y ocupar la India. Invasión que quedó en proyecto con la muerte del propio Craso y su sucesor, Casio, bastante tuvo con salvaguardar Siria.
Mientras tanto, Julio César luchaba en la Galia y Pompeyo seguía en Roma, en donde cundió la anarquía sin que Pompeyo interviniera. El detonante fue la muerte de Clodio, quien derrocó a Cicerón, y después una serie de actos vandálicos y el incendio de la ciudad. El Senado no terminaba de decidirse a dar una orden a Pompeyo y éste no supo tomar la iniciativa y, como resultado, la situación se le escapó de las manos.
La mirada de Pompeyo, lejos de en Roma, estaba puesta en la Galia, corroído por la envidia con las noticias (todas buenas) que llegaban de Julio César. Para entonces, muertos Craso y Julia (hija de César), Pompeyo no se sentía ligado a Julio.
Craso movió pieza. Decidió ganarse a los aristócratas a sabiendas de que el pueblo apyaba en masa a Julio César. Se refugió en las antiguas estructuras del Estado y pivotó al Partido Senatorial con la esperanza de derrotar a César, en su ausencia, con la ayuda del Senado.
Estalla la guerra
Julio César presentó su candidatura para el Consulado y el Senado le obligó a volver a Roma en calidad de un mero ciudadano con el mandato de licenciar a las tropas. Ni que decir que no solo no lo hizo si no que además proclamó la archifamosa frase "la suerte está echada" cuando llegó al Rubicón y, a sabiendas, lo cruzó en pos de la guerra.
Pompeyo no contaba con la autoritas y la popularidad de César y no midió bien su órdago cimentado en sus veteranos. A menos de una semana de Roma la vieja guardia legionaria se pasó en bloque al bando sublevado no dejando otra opción a Pompeyo y los senadores que poner tierra de por medio. El éxito de Julio César radicaba en su popularidad, y ésta en que representaba los ideales democráticos: era decidido y afable. Pompeyo parte para Apulia primero y a Corfinium después, ordenando a su inmediato lugarteniente Domicio que lo abandonara. Éste rehusó y esperó a Julio César quien, tras sitiar la plaza, obligó a que la rindieran. Los 12000 hombres se rindieron y se dividieron. Muchos se plegaron a Julio y otros tantos partieron hacia Grecia en donde Pompeyo los esperaba con los brazos abiertos y tranquilo, pues gozaba de buena reputación en el lugar.
Los optimates entregaron Italia a César y éste la tomó, y después tomó Hispania. El último territorio en ocupar sería la Bética al mando de Varrón, tras cuya claudicación fue sometida también. Julio César regresó a Roma, rumbo a Grecia, dejando atrás a Lépido y Casio al frente de Hispania.
Pompeyo contaba con su flota, pero no había sido capaz de organizar a su ejército cuando Julio César llegó y le retó. Cierto es que los primeros envites terminaron mal para Julio, pero supo rehacerse y llevarse la contienda hacia el interior en donde sus tropas no tenían par y derrotó a Pompeyo en Farsalia poniendo fin a la República.
De nuevo toca huir. Pompeyo sale huyendo nuevamente y parte para Egipto, en donde reinan los hijos de Tolomeo: Cleopatra y Tolomeo (Jr.), aunque Cleopatra fue expulsada de Egipto y Tolomeo quedó en manos de sus generales (por su escasa edad). Éstos decidieron dar la bienvenida a Pompeyo y acudieron a su desembarco con una delegación encabezada por Aquilas y un oficial romano, Septimio, quien asesina a Pompeyo por la espalda.
Cuando César llegó a Alejandría, lejos de alegrarse por la vil muerte de Pompeyo, se horrorizó, como hombre de honor que era. Lo que no pudo evitar fue caer rendido a los pies de Cleopatra y, seducido por ella, en firme alianza César proclamó reina a Cleopatra y, tras alguna escaramuza, disipó las hostilidades y dejó a Cleopatra gobernando Egipto.
La República estaba tocada de muerte y si se mantenía viva lo hacía gracias a Marco Porcio Catón, nuevo jefe de los optimates, enviado a Chipre para anexionarla a Roma.
Mientras tanto César dirige su última batalla en África contra los partidarios insumisos de Pompeyo. Los derrotó y Catón se suicidó, lo mismo que Escipión, quien se suicidó para no ser apresado.
Cuando todo aparentaba ser un horizonte de paz y tranquilidad, inmerso en el reparto de bienes entre su soldadesca, Cneo y Sexto Pompeyo, hijos de Pompeyo, llegarán a Hispania y se acantonarán en Munda (Bética) sublevados contra César quien, en el año 45 a.C., arrasó el lugar dejando escapar tan solo a Sexto.
Lucha política
La guerra civil no trataba pues de una lucha entre aspirantes al trono real. Más bien luchaban tres maneras diferentes de hacer política en un combate encarnizado:
- La vieja República, acosada hasta la muerte por las continuas contiendas entre clases sociales, conservada a duras penas por el Senado.
- La Monarquía absoluta de César.
- El Principado al que aspiraba Pompeyo: futura fórmula de gobierno del Imperio Mundial Romano.
Pincelada biográfica de Julio César...
Nace en Roma, en el seno de una familia aristócrata y, pese a este dato, desde bien joven se inclinó por el Partido Popular. Su formación comprendió desde la oratoria (vigorosa) hasta la gramática y la poesía. Su carrera política sería imparable desde el año 60 a.C., cuando formó parte del primer Triunvirato junto con Pompeyo y Craso. Su fama y reputación, justificadas, se las debe ambas a la Galia y sus campaña y posterior gobierno, llegando a convertirse en el general romano más importante de la Historia. Logró alzarse con el poder en calidad de dictador con poderes absolutos hasta que Bruto y Casio lo asesinaron. No debemos olvidar que el concepto "dictador" no significaba por aquel entonces lo mismo que en nuestros días.
Todos conocemos la mítica anécdota de Julio César a los pies de la estatua de Alejandro Magno. Sucedió en Cádiz, en la Hispania Ulterior, junto al templo de Hércules. Se echó a llorar comparando su insignificancia con la capacidad de Alejandro para, a la misma edad, haber conquistado un gran Imperio.
Julio César no se distinguió por su sumisión, ni siquiera castrense. Sabía amoldar las normas a sus propios intereses de tal modo que siempre le favorecían y se flexibilizaban. Fue incapaz de mantener (afortunadamente para él) la inactividad bélica durante los inviernos, manteniendo entrenado y activo a sus legiones siempre, llegando a reducirlas para convertirlas en más versátiles.
Subjetividad de Julio César
El texto que él mismo escribe: La Guerra Civil, coincide, en general (en términos cronológicos y geográficos), con el resto de textos que nos han llegado de aquella guerra. Sin embargo hay algunos matices que tiznan de subjetividad a su estilo narrativo. Es incapaz de reconocer una derrota. Sitúa todas las batallas correctamente, en las que resulta vencedor se pone sus medallas, pero en las que ha sido derrotado recurre siempre al clima o al abastecimiento para poner una escusa que le justifique y exonere de la responsabilidad.
Dice que solo quiere "el bien para todo el Imperio", cuando lo que desea es el poder absoluto. Justifica sus actos, persiguiendo a Pompeyo, en aras de la paz y la tranquilidad, buscando proteger al pueblo.
No puede evitar, tampoco, destacar su propio orgullo y su masculinidad. No importa que salga mal parado de un combate, su ejército será siempre el mejor. Tampoco reconocerá que pone a Cleopatra en el trono por amor, o ceguera transitoria... por hormonas, demostrando ser vulnerable, tan solo, a los encantos femeninos.
Julio César... crónica de una muerte anunciada
Anunciada... o presagiada: "que cuando se descubriesen los huesos de Capis, (ocurriría), que un descendiente de Julio sería asesinado a manos de sus parientes y vengado enseguida con grandes desastres para Italia".
Esto era lo que rezaba la inscripción que unos colonos instalados en Capua, en virtud de la Ley Julia, quienes demolían unos sepulcros antiquísimos para construir unas alquerías. Lo hacían con entusiasmo porque iban encontrando viejas reliquias hasta que encontraron una placa de bronce, en el sepulcro en el que se decía que había sido sepultado Capis, que decía en griego lo arriba transcrito en español. Nos lo cuenta su amigo Cornelio Balbo, el mismo que documentó que las manadas consagradas tras cruzar el Rubicón ya no pastaban y solo lloraban. Y el arúspice Espurina le advirtió, mientras realizaba un sacrificio, "que se guardara de un peligro que no se alzaría más allá de los idus de marzo". Para colmo, la víspera de esos mismos idus de marzo, varias aves de distintas especies persiguieron a una oropenda (con una rama de laurel en el pico) hasta la curia de Pompeyo y la despedazaron. Sin embargo, la noche antes de su asesinato, el propio César se vio volando unas veces sobre las nubes y otras estrechando la diestra de Júpiter, y su mujer Calpurnia soñó que se derruía el techo de la casa y que su marido era traspasado a golpes en su regazo, para terminar viendo, sobresaltada, cómo se abrían las puertas de la alcoba por si solas.
César salió de su casa a la hora quinta, exhortado por Décimo Bruto, para no defraudar a los numerosos senadores que le aguardaban. Salió pese a haber dudado por largo rato si hacerlo o no, sopesando su posible suerte en función de los presagios, temiendo lo peor. De camino al Senado le salió al paso un desconocido que le entregó un libelo que denunciaba la conjura pero lo archivó con el resto de documentos que llevaba para leerlo a posteriori. Cosas del Destino.
Cuando vio que no lograba auspicios favorables, tras vario sacrificios, entró en la Curia despreciando el prodigio, burlándose de Espurina y tachándole de farsante porque habían llegado los idus de marzo sin daño alguno, cosa que el otro rebatía diciendo que "habían llegado pero no habían pasado".
Al sentarse en su escaño fue rodeado por los conjurados quienes simulaban un acto de cortesía. Cimbrio Tilio, que había asumido el protagonismo, se arrimó a Julio César, como para pedirle algo y, al verse rechazado, aplazando la consulta para otra ocasión, se arrimó más, con violencia y cogiéndole por ambas solapas (si se pueden llamar así) de la toga al grito de "esto es una violencia". Al mismo tiempo uno de los Cascas le hirió en la espalda, por debajo del cuello. César se sostuvo en el brazo del Casca, quien volvió a traspasarlo con un punzón y recibió otro golpe cuando intentaba zafarse, hasta comprender que era golpeado y acuchillado desde todos los ángulos por senadores puño en alto o esgrimiendo cuchillos. Impotente se cubrió la cabeza con la toga para caer decorosamente al suelo y morir con dignidad traspasado 23 veces, sin emitir queja o sonido alguno excepto el lamento "¿También tú, hijo mío?" al ver que Bruto también lo apuñalaba.
Todos los protagonistas de la felonía huyeron cobardemente, dejando a Julio César en el suelo perdiendo la vida encharcado en su propia sangre, exánime. Tres esclavos lo depositarán sobre una litera para llevarlo a su casa, con un brazo colgando.
La autopsia llevada a cabo por el médico Antistio demostró que de las 23 puñaladas, solo una fue fatal, la segunda, en el pecho.
Los conjurados tenían un plan que se truncó: tirar el cuerpo sin vida al Tíber; confiscar los bienes del difunto y rescindir sus decretos, pero desistieron por miedo al cónsul Marco Antonio y al jefe de la caballería.
A petición de su suegro, Lucio Pisón, se abre el testamento (redactado en los últimos idus de septiembre) y se lee en casa de Antonio.
Su funeral fue anunciado y se alzó una pira en el Campo de Marte al lado del sepulcro de Julia, con una capilla dorada de lante de los rostros parecida al Templo de Venus Engendradora. En su interior se extendió un lecho de marfil guarnecido de oro y púrpura y un trofeo junto a la cabecera, con el mismo vestido que llevaba cuando fue asesinado. Se dispuso que cada cual llevara las ofrendas al Campo de Marte por el camino que entendiera adecuado, tras comprender que el protocolo no serviría y que, por el nivel de afluencia, se tardarían varios días. Durante los juegos fúnebres se cantaron versos apropiados para suscitar compasión y/o indignación por su asesinato, como los sacados del Juicio de Armas de Pacuvio: "¿Les he salvado acaso para que fueran ellos quienes me quitaran la vida?".
Multitud de pueblos extranjeros le rindieron homenaje en torno a la pira, cada cual según su costumbre, pero de un modo especial, los judíos, que visitaron su tumba durante muchas noches seguidas. La pleve estaba triste e indignada, tanto que quiso (en algún caso aislado) tomarse la justicia por su mano, llegando a linchar hasta matar, por error, a un ciudadano confundido con Cornelio, que el día anterior había pronunciado una arenga contraria al César.
César fue elevado a la categoría de Dios tras morir: por influjo del vulgo. Sin embargo, una estrella fugaz brilló durante casi una semana sin cesar y esto sirvió para que todos reconocieran su autoría y fuera incorporada una estrella sobre su busto en su estatua.
Ninguno de sus asesinos le sobrevivió más de tres años: unos condenados y ejecutados y otros suicidados con el mismo puñal con el que le habían asesinado.
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Julio César en Astérix y Obélix
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No sería yo si dejara escapar esta oportunidad para destacar la imagen del mismísimo César de entre las páginas de mis cómics favoritos (cómics europeos), los de Astérix el galo.
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