Cuando empecé a barruntar esta entrada lo hacía desde la pena y la nostalgia, desde el dolor y la rabia.
Hoy, 17 de julio de 2016, ha fallecido mi padre.
|
Pedro García San Nicolás - Mi padre en 1954 - Descanse en Paz - Gimnasia - Frontón Vista Alegre Real Madrid - Gimnasia Deportiva - Selección Castellana de Gimnasia ÁlvaroGP - El Troblogdita |
Zarpazos te da la vida. Unos duelen más que otros.
No diré que es algo espontáneo e improvisado. Tenía en mente dedicarle unas palabras desde hace ya un par de meses, cuando supe que empezaba una cuenta atrás que terminaría en una despedida que yo no quería que llegara nunca pero sabía que llegaría.
Entonces me apenó pensar en lo duro que sería no volverlo a ver, y desde la pena empecé a esbozar estas palabras.
Palabras de pena y dolor que se han ido borrando a golpe de realidad, a golpe de dureza, a golpe de rabia y a golpe de sufrimiento. Palabras que se han borrado porque la muerte de mi padre, lenta, dura, agónica, traumática y en ciertos momentos, gracias (en cierta medida) al Hospital Puerta de Hierro, (con honrosas y numerosas excepciones) hasta cruel, mi padre ha sabido despedirse dando el mismo ejemplo que me dio cada día de su vida: luchando.
Porque ha luchado.
Luchó para aferrarse a la vida, como hizo desde bebé. Un bebé que nació en el Madrid de 1936, sin leche... criado, si bien recuerdo, con hortalizas trituradas (por falta de leche) y lo que buenamente podían darle como alimento unos padres que lucharon día y noche para alimentar a sus hijos. Me detengo en este punto para deciros que mi padre fue el 22º hijo de 23 hermanos (del mismo padre y de la misma madre), aunque sólo 9 sobrevivieron (a la guerra y la postguerra).
Y vivió.
Hasta hoy.
Luchando.
Luchó para completar sus estudios de Derecho, luchó con la fuerza suficiente para hacer sus pinitos como base en el Real Madrid de Baloncesto (una de sus pasiones) y hacerse gimnasta. Luchando, entrenando, trabajando y, en su día, opositando. También luchó para convertirse en Alférez del Ejército de Tierra y ahí fue cuando conoció a mi madre. Bendito momento que unió a dos personas tan maravillosas.
Gimnasta por afición y abogado de profesión (su verdadera devoción)
Compaginando ambas ramas hasta que llegó la fecha en la que tuvo que elegir: fue seleccionado como juez de gimnasia olímpica para la Olimpiada de Roma de 1960, en las mismas fechas que había sido convocado para su oposición. Muchas veces me ha contado lo difícil que le resultó tomar una decisión, pero la tomó porque era resoluto: aparcó la afición y se centró en su oposición. Y la sacó.
Os decía que empecé a barruntar este artículo desde el dolor, que no ha sido poco en sus últimos meses de vida, de ahí que yo fuera tiñendo mi inspiración con el mismo sentimiento. Pero no... hoy no siento dolor. Pena sí, mucha, pero no dolor. Os confieso que siento hasta un puntito de alegría.
Estos meses han sido convulsos. En muchos aspectos de mi vida, desde el profesional hasta el personal, en lo personal y en lo profesional.
Pero en estos meses he tenido ocasión de cruzar mi estela con la de muchos amigos, compañeros, colegas, familiares y hasta desconocidos que me han ido borrando la tristeza del corazón.
Yo sabía que mi padre era un hombre de firmes principios y fiel a sus valores. Lo sabía por el ejemplo vital que me ha dado desde que tengo uso de razón. Pero en estos días he visto desfilar una miríada de personas que han venido a despedirse de mi padre en la intimidad. Personas a quienes agradezco su entereza, su lealtad y su amor hacia mi padre.
He tenido ocasión de escuchar múltiples anécdotas en torno a él. He escuchado muchas cosas sobre su carácter (fuerte) y su risa (sincera). He escuchado con ternura a quienes ha ayudado (a mi entre ellos) y a quiénes ha aconsejado. Me han felicitado por tener un padre como él. Otros me han contado cómo les ha impulsado y orientado.
Ha habido palabras que han reverberado en mis oídos por el número de veces que las he oído en boca de personas diferentes que han tenido experiencias distintas con él: sean familiares, profesionales, amigos y/o vecinos.
Severo pero justo, sincero, fiel, honesto, simpático, divertido, leal, inflexible, trabajador... pero sobre todo: honrado. Y con éste adjetivo le han... honrado.
Honrado ha sido el adjetivo que más veces he escuchado. "Honrado hasta la médula"; "Honrado como nadie"; "Honrado hasta hacer de la honradez su bandera"; "Honrado y generoso"... Honrado.
Mi padre ha sido una persona que ha dedicado su vida a hacer el bien, a luchar por el bien. Acertado o equivocado, si se ha propuesto algo ha sido siempre en la creencia de estar obrando bien. Implacable con el mal.
Mi padre ha sido ejemplo para mi y para mis hermanos, pero me he conmovido al escuchar de mis amigos, de muchos de mis amigos, que mi padre ha sido como un padre para todos ellos. Le tuvieron primero como el padre de un amigo, algunos le tomaron como consejero ya desde la juventud, otros han hecho de él un "padre" en la distancia, pero todos se han sentido cómodos y muchos de ellos terminaron dejando de considerarlo como tal y, con los años, lo tomaron como otro amigo. No había fiesta en mi casa, o barbacoa en la suya, en la que mi padre no estuviera (y mi madre) como uno más. Hoy han venido a despedirse de él, y los que no han podido hacerlo lo han hecho llamándome por teléfono para que quedara constancia de su amor a su persona. No puedo mencionar a todos mis amigos, quienes me han mostrado y demostrado su dolor. No puedo nombrarlos a todos por miedo a ser injusto y, en mi zozobra, olvidar a uno solo y cometer una injusticia, pero resumiré a todos ellos en tres: Chema, mi mejor amigo, quien me ha acompañado y le ha velado en los peores momentos a mi lado con el cariño de un hijo. Codo con codo, como siempre. Los otros dos son también como de la familia, solo que con otro apellido: Baena.
Hoy me he despedido de mi padre. Con amor. Con lágrimas en los ojos, incluso cuando creía no poder llorar más, he llorado. Al principio he llorado con pena, pero minuto a minuto he ido experimentando una sensación extraña que ha ido mutando mi dolor en alegría, mi pena en satisfacción, mi desconsuelo en firmeza y mi abatimiento en admiración.
Hasta en su muerte ha sido ejemplar. Ha luchado con dignidad y denuedo, sin perder su sonrisa, sin perder el buen humor, con sobredosis de realismo.
Nunca olvidaré las últimas palabras que me dedicó hace un par de semanas, tras sentir el apretón de su mano y verle abrir los ojos en medio de la madrugrada y decirle yo "te quiero mucho papá", él me contestó, con esfuerzo porque casi no podía hablar "y yo a ti, mucho, te quiero mucho, mucho, mucho..." y nos quedamos mirándonos con mirada de felicidad.
Ahora solo siento paz y tranquilidad... porque sé que mi padre está con Dios y descansa en paz.