miércoles, 20 de junio de 2018

El tercer conquistador - Gonzalo Jiménez de Quesada y la conquista del Nuevo Reyno de Granada

 Calaveras por carabelas


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Pedro Fernández de Lugo explicó a Gonzalo la naturaleza de los indios con los que se verían las caras: indomables e irreductibles. Usan flechas emponzoñadas y si te apresan vivo te llevan jungla adentro, sacrifican a uno de los prisioneros para comérselo (sus dos bocados preferidos son el corazón y el hígado) y al resto los castran y enjaulan para engordarlos y usarlos como manjar principal en futuras celebraciones de la tribu. Al terminar su descripción le instó a tomar la decisión definitiva, zarpar a la aventura o quedarse en España, en donde sería bien útil como hombre letrado e ilustrado que era.

Gonzalo agradeció tanto la invitación a zarpar como la indulgencia mostrada en caso de tomar mejor decisión y no abandonar la madre Patria. Pero alegó que la suya era una misión divina, evangelizadora y, además, se veía en la necesidad moral de hacer llegar la Justicia a aquellas tierras sin fe y sin credo por ser él un hombre de leyes.

Lejos de arredrarse ante el canibalismo al que podría enfrentarse, igual que el conocido por otros conquistadores en Nueva España, Gonzalo argumentó que no eran los indios los únicos que acostumbraban a arrancar el corazón a los vivos.

No era esa práctica exclusiva del indio salvaje.

Había registros más cercanos de casos parecidos. Ante la curiosidad de Pedro Fernández de Lugo, Gonzalo le narró la historia de John Houghton, el monje prior cartujo, inglés.

Dos juicios tuvo el católico. Absuelto en el primero, Cromwell exigió repetir el juicio y fue tachado de traidor al negarse a reconocer al Rey Enrique VIII como cabeza de la Iglesia en Inglaterra. Lo arrastraron atado a caballos desde la Torre de Inglaterra hasta el cadalso. Allí fue vejado y torturado antes de ser colgado por el verdugo. Pero ni soga ni caída quebraron su cuello, por lo que siguió vivo hasta que el verdugo le rajó el costado, introdujo su mano y su antebrazo en el cuerpo del católico, buscó y encontró el corazón, lo cogió y lo arrancó sacándolo del cuerpo caliente y latente ante la mirada agónica del mártir. Lo último que pudo ver fue al verdugo arrojando el corazón a las brasas.

Como vemos, los españoles no necesitaban arriesgar sus vidas viajando al otro lado del charco para contemplar la barbarie. Y esto fue solo el comienzo de una época oscura en la Europa protestante. A fecha de hoy, su mala conciencia les hace echar pestes de España para no tener que rendir cuentas de su moral perversa y pervertida al resto de la Humanidad.

Por eso desplegaban velámenes y zarpaban naos y carabelas rumbo al Mediodía. Para portar Justicia, una lengua común para todas las tribus indígenas y una Fe, la católica. Como bien dice el autor, un colombiano español, o un español colombiano, (la misma cosa es), "... Y fue así <<como los hijos del pueblo español supieron seguir, sobre el azul del mar, el caminar del sol...>>" hasta brindar al mundo la América y con ella la redondez del Orbe.

Para contextualizar, cuando el primer inglés pisó América los españoles llevaban 115 años por aquellos territorios, desde la Patagonia hasta Alaska, del Atlántico al Pacífico, habían dado la vuelta al mundo y fundado ciudades, dominado imperios y construido catedrales, universidades y escuelas para los indios a quienes otorgaron la nacionalidad española y, salvo rebeldes o traidores, quedaron liberados de la esclavitud propia de argelinos, holandeses, ingleses y portugueses.

Por eso partió nuestro Gonzalo Jiménez de Quesada, el menos soldado de todos cuantos embarcaran... hasta la fecha. Zarpó siendo más diestro con la pluma que con la espada. El tiempo le hará templar mano, pulso y acero por igual




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El tercer conquistador - Gonzalo Jiménez de Quesada y la conquista del Nuevo Reyno de Granada - Pablo Victoria
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No puedo evitar hacer un alto en el comentario de esta obra histórica para rescatar un episodio vivido en la presentación de este mismo libro a cargo de la Editorial Actas en el CEU. Porque sí, asistí a la presentación del libro y antes de hablar el autor se cedió la palabra a un caballero que nos dejó a todos boquiabiertos al descubrir que se trataba de un descendiente directo de Don Gonlzalo Fernández de Córdoba. Nada menos. Quien nos narró una anécdota en la aduana de un país latinoamericano (lamento no recordar con exactitud de cuál se trataba), cuando, hablando con un policía indio, éste se le acercó y le preguntó "¿Dónde está España?" y él mismo se contestó, mirando al descendiente, "en el corazón de todo indio agradecido".

Quesada se adentraría tierra adentro con un contingente de 1.054 hombres: músicos (gaitas, tambores y trompetas); oficiales; jinetes; rodeleros; ballesteros; macheteros; caballos y mastines. También iban pajes, religiosos, bestias de cargas e indios libres (porque estaban exentos de cargas). Hombres (los de guerra) curtidos en todos los campos de batalla europeos sometidos a nuestros Tercios.

Hombres recios hechos al vivir entre la muerte. Y a fe que en el Nuevo Reyno de Granada ésta fue su fiel compañera. Porque cayeron algunos... para qué negarlo. En la mar y en tierra, y por las alturas que necesitaron escalar, alguno también lo haría en el aire. Cayeron unas veces sin combatir, extenuados, agotados, famélicos. Otras veces empuñando una pica, una espada: ropera, vizcaína o toledana envainándola en las tripas de un rival enloquecido antes de caer rendido.


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Hombres que solo miraban hacia delante, que volver la espalda era un deshonor. Si el Emperador les había enviado al fin del mundo para expandir nuestro credo y plantar la bandera de España, al fin del mundo se iba y ni un paso atrás. Hago un alto para recomendaros ver la película Oro.

Hubo combates difíciles de describir. Manglares verdes en los que ni el sol penetraba por su espesor. Dardos emponzoñados, flechas y venablos volando hacia los españoles. Balas de arcabuz, saetas e hideputas a grito en pecho volando desde los españoles. Miles de indios cayendo en enjambre sobre los españoles defendidos con sus rodelas, sus morriones y mastines que abrían brecha entre los indios dejándolos ojipláticos ante semejantes bestias.

Si gesta fue adentrarse en un continente con halo de dioses inmortales, más notable sería que siguieran avanzando cuando ya se les sabía mortales.

Colombia tiene su propia anécdota análoga al "Roma no paga a traidores" del luso Viriato cuando un indio traicionó a los españoles a los que servía. Aprovechó un alto en el camino, y que ellos no tenían dónde caer muertos para dar con el jefe indio más cercano y delatar su posición. Su traición no le salvó la vida. El cacique de turno ordenó desollarlo vivo y dárselo a los caimanes. Cuando lo llevaban abierto en canal entre gritos y estertores a los caimanes pasaron por una ribera cubierta de sapos que salieron huyendo. Desde entonces se conoce como "sapos" a los traidores en aquellas tierras.

Una de las cosas que más rechazaba la moral de los españoles era la sodomía, práctica tan habitual entre aquellos indios como el canibalismo. Para aquellos españoles, morir en combate era una de las dos opciones que tenías cuando te metías en una refriega. Pero ser apresado, torturado y sodomizado antes de ser devorado era algo que no cabía en sus mentes. Más de un español tuvo que sentir los mordiscos en sus carnes antes de morir desangrado, sintiendo los dientes, las uñas y los cuchillos cortar su piel a tiras mientras se le escapaba la vida viendo su cuerpo mordisqueado.

En descargo de unos y otros, reflexiono que las barbaridades expuestas, sobre todo las padecidas por los españoles, fueron fruto de su época, su costumbre, su cultura y su tradición. No debemos juzgar a los indios de entonces con los ojos de un occidental del s.XXI. Puede chirriarnos, contrariarnos y hasta ofendernos semejante comportamiento, pero precisamente, con el paso de los años, eso es lo que lograron los españoles, en este caso con Jiménez de Quesada al frente. Llegar a un territorio primitivo y amoral y concederles la moral y hacerles verse en si mismos como las personas que son, no como las bestias que fueron. Como bien dice el propio Pablo Victoria, los únicos y verdaderos libertadores que ha conocido América, sobre todo sus indios, fueron los españoles.

El único europeo que ejerció la barbarie (en aquellas latitudes y fechas) no sería español sino alemán. Ambrosius Ehinger, asentado en la actual Venezuela. Tal era su crueldad que el miedo lo precedía.Incesante buscador de El Dorado y cruel con propios y extraños. Murió tres días después de recibir una flecha cuya procedencia nunca se aclaró. ¿Lo mató un indio o un español? En cualquier caso su mala obra ya había germinado y por culpa suya y de sus manera se alimentó una leyenda negra que alimentaría la propaganda de los reinos enemigos de España. Lo más patético es que muchos españoles, alejados de la cultura han tomado por buena dicha leyenda y la han hecho propia.

Volviendo a los españoles, llegó el momento de conocer a los Chibchas, en el altiplano. Muy duchos en sacrificar niños en sus ceremonias. Niños que les costaban un ojo de la cara porque se los tenían que comprar a otros indios que vivían en las planicies y tenían "granjas de niños" a los que criaban para ser sacrificados.


Apocalypto - Mel Gibson - Historia en el cine - Ultraviolencia - Cultura maya - el fancine - el troblogdita - ÁlvaroGP
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Imagen sacada de mi comentario de Apocalypto en el fancine. Solo la uso para ilustrar algo semejante a lo que estoy narrando

Casi igual suerte corrían las niñas. Ambos, hembras y varones, crecían sabiendo para qué estaban creciendo y cuál era el fin que les esperaba. Las niñas se reservaban para las construcciones de moradas familiares. Entonces, o bien niñas compradas para tal fecha, o bien las propias hijas del cacique de turno eran degolladas para verter su sangre en los agujeros en los que meterían los pilares de su propio hogar. Así aseguraban felicidad eterna a sus futuros moradores, en muchos casos: sus padres y hermanos.

En estas tierras les dieron a conocer, los indios, la coca a los españoles. Por entonces el consumo de su hoja masticada les salvó la vida. Primero porque la conocieron después de una marcha interminable sin alimentos y dicha coca sirvió para quitarles la sensación de hambre y darles fuerzas para avanzar. También para avanzar en vertical, escalando montañas imposibles, sin alimentos, para evitar una vez más el hambre y, también, el miedo. Los indios la usaban también antes de sacrificios masivos, para que la fiesta y la orgía precediera al ritual y seguro que también para insuflar no fuerza sino temeridad a los guerreros.

Podría alargar el artículo.


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No he hecho más que seleccionar algunos pasajes de la obra de Pablo Victoria para poneros un anzuelo que espero mordáis. Me he limitado a arañar con mis uñas la superficie de la portada de su libro. Un libro preñado de Historia y amor a España que os recomiendo leer encarecidamente si de verdad estimáis mi consejo.

Eran hombres de otros tiempos. Duros consigo mismo. Duros con sus familiares. Con sus camaradas y sus compatriotas. Duros con el amigo e implacables con el enemigo. Capaces de amar al hermano tanto como de reconocer el valor en el hombre que les ha ensartado o al que están ensartando. Otros tiempos, otros procederes... pero así con todo, supieron erradicar el sacrificio y consumo humano y la esclavitud allá donde pisaron con sus botas.

Así se hizo un nombre don Gonzalo Jiménez de Quesada. Así conquistó el Nuevo Reyno de Granada. Así liberó a los nativos y contribuyó a su culturización y así se forjó el tercer conquistador.



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